el baile tuvo lugar en el hermoso salón del Congreso Del Estado de Jalisco, una legislatura, día a día, compuesta por solo once miembros, un numero convenientemente peligroso para la formación de un "anillo"—que tiene retratos colgados de todos los primeros patriotas de México, y pinturas y grabados de raro mérito.
El salón y corredores estaban llenos con una audiencia tan fina como se podría juntar en el continente, y con que debido respeto a mis blancas compatriotas, debo admitir, nunca vi a tantas hermosas damas en un baile del mismo tamaño en los Estados Unidos. Las damas aquí suelen hacen sus propios vestidos—solo hay una modista francesa en esta Ciudad de noventa mil personas—y exhiben buen gusto en la selección de materiales y colores muy raro con nosotros. Gasas ligeras, verde y blanco, azul y blanco, o rojo, verde y blanco, contrastando, parecen ser los favoritos, y los vestidos tienen corte bajo en el cuello y mangas cortas. La tentación de mostrar su pelo negro brillante y ojos brillantes en fuerte contraste con el uso de rouge y polvo de perlas, a menudo es demasiado fuerte para resistir a las bellas de Guadalajara, pero esta característica no es más notable en uno de sus bailes que en uno de los nuestros propios. Todos bailan bien, pero sus fiestas en ocasiones públicas son menos agradables por el hecho de que no hay presentaciones de la gente, no están en boga como con nosotros, y un extraño puede vagar alrededor toda la noche sin conocer a nadie, excepto por casualidad.
Cuando los invitados dejaron las mesas con la bien organizada colación, a las 2 a. m., el Señor Don Antonio Gómez Cuervo, Gobernador de Jalisco, una persona sencilla, honesta, franca, y enérgica, cuyo vigoroso ajusticiamiento sin ceremonias de bandoleros en el último invierno le costó ser
