cajas, para mi inspección. Le di cincuenta centavos por su esfuerzo, por no sentir ganas de comprar, y él se fue diciendo que yo era un príncipe republicano y un gran caballero.
Yo quería un par de botas y no pudo encontrar ninguna de mi medida en las tiendas. Viendo a un vendedor de botas en la multitud lo llamé arriba, y mirado un par de botas cortas con frente beige, y suelas deforma extravagante y fijas con pequeños clavos metálicos; hechas en León, me dijo.
"Demasiado pequeñas; ¡Uso número ocho!”
Pasó su mano cuidadosamente sobre mi pie y sin otra pregunta me dio las gracias, hizo una reverencia, y se fue apresuradamente. Cuando volví a la casa y entré en mi habitación, un sirviente me trajo un par que era exacta contraparte de las que había mirado, salvo en tamaño, diciendo que el propietario estaba en la antesala. Las probé, y encontré que era la mejor calza que nunca había tenido; si se hubieran hecho para mí en Nueva York no hubiera me hubiera calzado tan bien.
"¿Cuánto?" Le pregunté al sirviente.
"¡Cuatro dólares Señor!"
"¡Dile que le daré tres dólares y medio!"
Regresó en un minuto: "¡Esta bien, Señor!" Él habría aceptado tres dólares, si se los hubiera ofrecido, pero baratas dos o tres veces por el dinero, según nuestras ideas estadounidenses. ¿Cómo se enteró de quien era yo y dónde encontrarme?, es un misterio que soy incapaz de explicar.
Las Escenas en el mercado o plaza de Guanajuato están más allá de descripción. La gente pobre de este gran distrito de minería no puede permitirse desperdiciar nada, y se comen literalmente a un animal entero "desde la punta de{