republicanos, tenían la ciudad, prácticamente, en su poder; la Ciudad de México sin duda caería, porque no podía ser defendida por mucho tiempo por las fuerzas en ella.
No había ningún lugar en el continente desde donde posiblemente podría venir ayuda. Es un hecho contra él, que no fue encarcelado, por un tiempo, como sus hermanos oficiales; pero no puede ser explicado en la hipótesis, que aunque detestado (como fueron todos aquellos que habían ido al Imperio,) por los republicanos, todavía creían que tenía derecho a alguna consideración por haber detenido el derramamiento de sangre, cuando llegó el momento adecuado, y era justo y correcto que debió hacerlo. Disciplinarios militares estrictos podrían insistir que su deber era morir en su puesto; no para pretender juzgar las exigencias de una situación cuando el oficial superior estaba al mando, y sobre el terreno; pero civiles preguntarán, a qué bien podría servir tal auto sacrificio, y será difícil contestar. No propongo ofrecer una disculpa a un hombre cuya vida anterior había sido considerada infame por sus más íntimos conocidos; pero se debe algo a la verdad de la historia; y realmente me parece, de todas las pruebas que recogí en su momento, y lo que he encontrado en el lugar, que Maximiliano no fue traicionado por López; y que él (Maximiliano), por el contrario, en la noche del 14 de mayo, ofreció abandonar a sus compañeros a su suerte, y escapar, personalmente, a la de Costa del Golfo de México, y de allí a Europa, está fuera de toda duda.
Encontramos la habitación ocupada por Maximiliano en Las Cruces, sin techo, y llena con basura, desde un montón, en que pequeños árboles habían crecido; de uno de ellos, como de doce pies de altura, arranqué un puñado