Al levantarnos el domingo en la mañana nos, encontramos a un gordo, panza redonda, cura de apariencia feliz, en negro, sentado en la puerta, mientras sus ayudantes colgaban una cortina barata brillante, a lo largo de la pared bajo la terraza inferior, preparando para la Misa. Poniéndose su bata de satén blanca bordada, abrió el servicio. Las mujeres nativas y sus hijos vinieron calladamente, y se arrodillaron en el pavimento, en la gran zona amurallada por sí mismos, mientras los hombres en menor cantidad entraron, y se arrodillaron o sentaron descuidadamente en la terraza. El sacerdote leyó sus oraciones en una voz inaudible en latín, luego, sentado en una silla, leyó indiferentemente un muy buen sermón, solido, práctico, moral en español y, a continuación, concluyó los servicios "campana y vela," y luego procedió a empacar sus cosas. Observé que el Señor Huarte estuvo parado como el "patrón" durante los servicios, pero la congregación, consistiendo en tal vez cien, en total, no tenía otros hombres de inteligencia o educación. El gobernador Cueva, Señor Rendón, y los otros hombres educados que estaban con el grupo de Seward, consideraron al sacerdote y sus procedimientos con aparente indiferencia. Cuando el servicio terminó el sacerdote empacó sus cosas, montó su pequeña mula, tomó su paraguas en su mano, y se fue al galope para hacer otro servicio en otro lugar. Su figura al galopar fue tan sorprendentemente española y pintoresca que podría ser una ilustración Gil Blas o una obra de Cervantes.
Toda esa mañana hombres montados galopaban de ida y vuelta, recibiendo órdenes del Señor Huarte, sombrero en mano o detallando: las últimas noticias desde el río. A las 2 p. m. llegaron las carretas, y el equipaje, que ya había llegado, estaba empacado y salimos. Habiendo