Agotado por el mareo, y con fiebre por la contaminación respirada en Veracruz, decidí ir a tierra, y me fui en una pequeña lancha con el Sr. y Sra. Brennan y otros, para pasar la noche en tierra. Apenas estábamos en la orilla cuando llegó un comité encargado para averiguar cuáles eran las intenciones del Sr. Seward, y ofrecerle la hospitalidad de Sisal y de Yucatán, si él viniera a tierra y las aceptara. Habiéndoles dicho que había decidido no venir a tierra, inmediatamente telegrafiaron a Mérida para informar al Gobernador, y me dieron uso de la casa prevista para él en Sisal, para el pequeño grupo que había venido conmigo.
Sisal no tiene mucho que ver de especial interés. Las casas son que todas de hoja de palma, con gruesos muros de piedra, burdas puertas antiguas de madera, y ventanas sin vidrios. Las autoridades nos dieron toda atención posible, y vimos lo que allí había para ser visto, con interés. El viejo "Castillo",—erigido hace tres siglos por los españoles—está guarnecida por una compañía de tropas regulares del ejército de México.
Yucatán no es el estado más devotamente leal la República, y el Gobierno está obligado a mantener una fuerza allí para proteger sus intereses, y proteger contra pronunciamientos y revoluciones. Los indios salvajes del interior también son problemáticos, siendo suministrados con armas y municiones—como los habitantes de Mérida justamente se quejan—por comerciantes y autoridades ingleses en Honduras, y el despreciable "Reino de Mosquitia," cuyo rey orangután es "un muy buen amigo y aliado de su Majestad la reina de Gran Bretaña, etc., etc." Entonces, más de la mitad de los—así llamados—indios civilizados de Yucatán, no permiten ser gobernados por la autoridad Federal o Estatal: