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Julián Juderías

de los gramáticos hacía vibrar los verdosos vidrios de las ventanas ,los cuales, sometiéndose á las leyos de la acústica, despedían sones idénticos. En un rincón, un retórico repasaba las lecciones con voz tan ronca que parecía un abejorro. Los labios de aquel joven los hubiera podido lucir sin desdoro un teólogo, tan gruesos eran.

Los bedeles registraban á los escolares para ver si los bolsillos no ocultaban golosinas.

Así solían desarrollarse los acontecimientos, pero á veces el curso pacífico de los mismos se aſteraba, soore todo cuando llegaban temprano ó cuando sabían que los profesores llegarían más tarde que de costumbre. Entonces se procedía á librar una batalla en la cual tomaban parte activa hasta los mismos bedeles encargados de mantener el orden y velar por las buenas costumbres de la respetable clase escolar.

Dos teólogos decidian la forma en que debía llevarse á cabo el combato; os decir, si cada grupo había de proceder con independencia ó dividirse todos los presentes en dos poderosas huestes. De todos modos, eran siempre los gramáticos los que daban los primeros coscorrones y también los primeros que se retiraban del campo, encaramándose en los bancos y convirtiéndose en meros espectadores de la lucha. Al punto entraban en fuego los bigotudos filósofos y después hacían su aparición los teólogos con sus pantalones á la turca.

La lucha terminaba siempre con una monumental paliza propinada por la teología á sus adversarios, y los filosofos, restregándose las costillas entraban á empellones en su aula para descansar. Los profesores, que allá en sus mocedades tomaron parte en batallas parecidas, deducían al contemplar los sofocados rostros de sus discípulos, que no había sido malo el último combate y, empuñando la palmeta, dejaban los unos imperc-