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Cuentos y narraciones

cedero recuerdo en las manos de la Retórica, mientras en la aula próxima, el profesor competente le ponía los dedos hinchados á la Filosofia.

Con los teologos se conducían de un modo distinto: se les daba una ración de guisantes secossegún ingeniosa frase del maestro, es decir, una buena mano de latigazos con una disciplina cuyas correas tenían bolitas de hierro en las extremidades.

En los días solemnes del año, iban los semina—ristas de casa en casa representando comedías ó misterios en cuya ejecuciónsolía distinguirse siempre algún filósofo poco más bajo que el campanario de Kief, haciendo el papel de Herodiada ó el de la esposa de Putifar.

Como premio de sus trabajos les daban un retazo de paño, un saco de harina ó medio pavo asado.

Los estudiantes, ya fueran seminaristas ó colegiales, grupos que se odiaban profundamente desde épocas remotas, no disponían de medios suficientes de nutrición y el hambre solía roerles las entrañas siendo como eran de condición glotona y capaces de embaular enormes cantidades de carnero y de legumbres. Las generosas dádivas de los señores á cuyas casas acudían no eran siempre bastante á poner paz en sus estómagos y así sucedía con harta frecuencia que un sonado estudiantil, reunido para arbitrar recursos enviase á los retóricos y gramáticos como más jóvenes, á merodear con el saco al hombro por las huertas vecinas, aunque no fuera más que para hacer acopio de hortalizas. Los respetables senadores se atracaban de sandías, melones y calabazas de tal modo y manera que al siguiente día los maestros, al tomar las lecciones oían dos ruídos distintos el