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Cuentos y narraciones

tidos del corazón que palpitaba en el agitado pecho de la hebrea.

...Dámela, dámela, murmuró el príncipe con tono suplicante. Eso lo hago ahora mismo... ¿Qué no pisotearía yo, qué no destruiría yo por una sola sonrisa de tus labios, por tu amor?

—¡Después, después! replicó ella con voz entrecortada y reclinándose, ocultó la cruz en los almohadones del diván. El príncipe temblaba y Myrrha era presa también de agitación semejante. No era sangre, sino fuego lo que corría por las venas de ambos. Sin notarlo, sin darse cuenta de ello el príncipe sentôse junto á Myrrha, sobre el blanco y muelle diván. Los brazos de la joven, cual si obrasen por sí solos aprisionaron al principe, suaves como la seda, en tanto que sus maravillosos y perfumados cabellos lo envolvian en sus hondas de azabache.

Una nube pasó ante los ojos de Sgaborsky.

Myrrha murmuraba á su oído con tierno acento:

—¡Amado mío, deseado de mi alma, cedro del Libano!

Los labios de ambos se confondieron en un ardiente beso.

Las bujías se apagaron. En la habitación reinó encantadora y aromática oscuridad. El principe lo olvidó todo; para ći todo habia desaparecido y se había confundido con el delirio de la pasión.

IX

El tañido lúgubre, lento y penetrante de la campana se dejó oir de nuevo. Myrrha volvió en sí.

¡Príncipe! gritó asustada, ¡príncipe! Aquí está la cruz. No olvide V. decir: «¡Kella, todo se ha consumado!» El príncipe se levantó y sin decir palabra, em-