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Julián Juderías

Isabel Ivanowna se quedó sola; dejó la labor y miro por la ventana. Pronto apareció en la calle un oficial. La joven se puso colorada, reanudó su labor é inclinó la cabeza sobre el bastidor. En aquel momento entró la condesa ya vestida.

—Di que enganchen el coche, Lisa, y vamos de paseo.

Lisa apartó el bastidor y se puso á recoger su labor.

1.45 —Pero hija; ¿estás tonta? exclamó la condesa. Di que enganchen inmediatamente.

—Enseguida, respondió en voz baja la joven y echó á correr hacia la antesala.

Entró un criado y puso en manos de la condesa los libros que enviaba el príncipe Pablo Alejandrovich.

—Está bion, dijo la condesa; dále las gracias.

Lisa, Lisa; jadonde vas tan de prisa?

—Voy á vestirme.

—Tienes tiempo, hija. Sientate aquí. Abre uno de sus libros lećme en voz alta.

La joven abrió el libro y leyó unas cuantas líneas.

—Más alto, dijo la condesa. ¿Qué te pasa? ¿No tienes voz? Mira, antes, dame el taburete... así.

Lisa leyó un par de hojas. La condesa bostezó.

—Tira ese libro, dijo. Qué simpleza devućlveselo al príncipe Pablo y dí que le den las gracias. Pero... ¿y ese coche?

—El coche está enganchado, lijo Isabel Ivanowva mirando por la ventana.

—¿Y porqué no estás vestida ya? preguntó la condesa. Siempre te haces esperar lo cual es insoportable.

Lisa volá á su cuarto. Apenas ha bian transeurrido dos minutos cuando la condesa empezó á lla—mar con toda su fuerza. Tres criadas acudieron por una puerta y un lacayo por otra.

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