—¿Qué pasa que no venis cuando se os llama? exclamó la condesa. Id y decidle á Isabel Ivanowna que la estoy esperando.
Isabel Ivanowna entró en aquel instante en traje de calle.
—Ya has venido, hija mia. ¡Gracias á Dios! Pero ¿qué te has puesto? ¿A que viene todo eso? ¿Piensas enamorar á alguien? ¿Qué tal día hace? Parece que hace viento...
—No, señora, no hace viento ninguno, contestó el lacayo...
—Siempre hablas á tontas y á locas. Abre la ventana. Lo ves hace viento y viento frío. Que desenganchen coche. Lisa, no salimos ya, no tenías para que componcric tanto...
—¡Y decir que mi vida se reduce á ésto! pensó Lisa.
En efecto, Isabel Ivanowna era una criatura desgraciada. Amargo es el pan ajeno, dijo Dante y duro es bajar por la escalera de otro..
¿Qué amargura de las que proceden de la de pendencia de otro ignoraría una pobrejoven protegida por una anciana rica é ilustre? La condesa no era mala, pero si caprichosa como mujer, amiga de la sociedad, avara y sumida en el más egoismo como suele ocurrir con los viejos enamorados de su tiempo y extraños al presente. la condesa tomaba parte en todas las frivolidades del gran mundo, aendía á los bailes permaneciendo en un rincón con el rostro pintado y vestida á la antigua como si fuera un adorno natural é indispensable del salón; á ella se acercaban con profundos saludos los huéspedes cual si cumpliesen con un rito establecido y después nadie se acordaba de ella.
A su casa acudía toda la ciudad, observando severa etiqueta, sin conocer á nadie personalmente. Sus numerosos criados engordaban y envejecían en sus antesalas, haciendo lo que que-