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Julián Juderías

muchacha palpitó con más fuerza, pero cuando supo que Narumof no era ingeniero, sino caballero-guardia, deploró haber revelado su secreto por medio de una pregunta indiscreta al impetuoso Tomski.


Hermann era hijo de un alemán que se naturalizó ruso y le dejó un pequeño capital. Persuadido de la necesidad de robustecer su independencia, Hermann no tocaba á la renta, vivía con su sueldo únicamente y no se permitía el menor capricho. Por lo demás, era reservado y orgulloso y sus compañeros raras veces tenían ocasión de burlarse de su extraordinaria parsimonia. Tenía pasiones fuertes y una fantasia ignea, pero su firmeza le salvaba de los errores propios de la juventud. Así, por ejemplo, siendo en el fondo amigo del juego, no tocaba jamás una carta, porque calculaba que su fortuna no le permitía (según decía él) sacrificar lo indispensable á la esperanza de conseguir lo supérfluo, y sin embargo, se pasaba noches enteras al lado de las mesas de juego observando con temblor febril las diferentes alternativas de aquel.

La anécdota de las tres cartas había producido gran efecto en su fantasía y durante toda la noche no pudo desecharla de su mente. «Si la condesa me revelase su secreto, decíase al siguiente día paseándose por San Petersburgo, ó me indicase qué cartas son esas... ¿Por qué no probar la suerte? M presentaré á ella, conquistaré su benevolencia, me haró su favorito, diré que estoy enamorado de ella pero todo esto requiere tiempo y ella tiene 87 años; puede morirse en una semana, en dos días... Y hasta la misma anécdota... ¿Es creíble? No: cálenlo, moderación y laboriosidad, estas son mis tres