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Cuentos y narraciones

devolverle la carta, ó contestar á esta última con frialdad y energía.

No tenía con quien consultar, carecía de amigas y de maestras. Isabel Ivanowna resolvió contestar, Sentúse á la mesita de escribir cogió pluma y papel y se puso á reflexionar. Empezó varias veces en carta y otras tantas la rompió: unas veces las frases le parecían demasiado indulgentes, otras demasiado duras. Por último logró escribrir unas pocas líneas que la dejaron satisfecha. «Tengo la evidencia, escribió, de que sus intenciones son honradas y de que no ha querido V. ofenderme dando un paso irreflexivo; pero nuestras relaciones no pueden empezar do esto modo. Le devuelvo su carta y espero que no tendré de antemano razones para deplorar un inmerecido desprccio».

Al siguiente día, cuando vió pasar á Hermann, Isabel Ivanowna dejó su bastidor, pasó á la sala, abrió la ventana y lanzó su carta á la calle, confiando en la habilidad del joven oficial. Hermann, corrió, cogió la carta y entró en una confitería próxima. Rompió el sello y halló su carta y la respuesta de Isabel Ivanowna. La esperaba y volvió á su casa pensando en su intriga.

Tres días después, una muchacha elegante entregó á Isabel Ivanowna una carta del almacén de modas. Isabel Ivanowna la abrió con sobresalto, temiendo que fuera una cuenta, cuando conoció la letra de Hermann.

—Te has equivocado, hija mía, dijo, esta carta no es para mí.

—Sí, es para V., contestó la muchacha sin bajar los ojos al propio tiempo que se dibujaba en sus labios una sonrisa maliciosa; lenga V. la bondad de leer lo que dice.

Isabel Ivanowna leyó rápidamente la carta; Hermann solicitaba una entrevista.