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Cuentos y narraciones

por delante de él. IIermann oyó sus apresurados pasos por la escalera, y sintió en el corazón algo así como un remordimiento que se desvaneció al punto. Se hizo de piedra.

La condesa empezó á desnudarse delante del espejo. Le quitaron la capota adornada de rosas; desprendieron de su pelado cráneo la empolvada peluca; los alfileres cayeron en forma de lluvia alrededor de ella..

Su vestido amarillo bordado en plata, cayó á sus hinchados pies.

Hermann fué testigo de los repugnantes secretos de su tocado; por último la condesa quedó en chambra y con gorro de dormir y en este traje más apropiado á su edad, resultaba menos terrible y más natural. Como todos los viejos, la condesa padecía de insomnio. Después de desnudarse to mó asiento junto á la ventana en el sillón Voltaire y despidió á sus doncellas.

Lleváronse las luces y la habitación quedó alumbrada por la lámpara únicamente. Amarillenta, agitando los caídos labios y moviendo la cabeza de derecha á izquierda yacía la condesa en su sillón. En sus turbios ojos se reflejó la completa ausencia de pensamientos; mirándola, podía creerse que los movimientos de la anciana procedían no de su voluntad, sino de la acción de un secreto galvanismo.

De repente este rostro moribundo se descompuso horriblemente. Los labios quedaron inmóviles; se animaron los ojos: delante de la condesa estaba un desconocido.

—No se asuste V., por el amor de Dios, no se asuste, dijo este en voz baja y clara. No voy á hacerle ningún daño: he venido á hacerle una súplica.

La anciana le miró en silencio, como si no le oyera. Hermann creyó que era sorda é inclinándo-