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Cuentos y narraciones

dice que en su lugar él hubiera procedido de dislinto modo.

Yo llego hasta suponer que Hermann tiene algun propósito con respecto á V. A lo menos escucha con bastante disgusto las enamoradas razones de su amigo.

—Pero ¿dónde me ha visto?

—En la iglesia, tal vez; en el paseo... Dios sabe donde... Quizá la haya visto á V. en su alcoba mientras V. dormía...

Tres señoras que se acercaron preguntando conbli ou regrets interrumpieron una conversación que iba siendo cada vez más interesante y más dolorosa para Isabel Ivanowna.

La dama elegida por Tomski fué la misma princesa que después de muchos rodeos y de muchos circunloquios logró ponerse al habla con él.

Al volver á su sitio, Tomski no pensó en Hermann ni en Isabel Ivanowna, la cual quiso reanudar el interrumpido diálogo, pero concluyó la mazurea y poco después se retiró la condesa.

Las palabras de Tomsky eran mera charla, pero quedaron grabadas en el alma de la joven.

El retrato bosquejado por Tomski coincidía con la imagen que ella misma había concebido, y gracias á las novelas más recientes, tan ruin figura asustaba y esclavizaba su fantasía. Sentada estaba, con las manos cruzadas, reclinada la cabeza adornada todavía con flores, cuando de pronto se abrió la puerta y entrs Hermann. Isabel Ivanowna se estremeció.

—¿Donde estaba V.? preguntó con voz apagada por el miedo.

—En la alcoba de la condesa, contestó Hermann.

Acabo de dejarla. La condesa ha muerto.

¡Dios mio! ¿Qué está V. diciendo?

—Y, según parece, prosiguió Hermann, soy yo la causa de su muerte.