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Julián Juderías

tos y con mayor gusto aún, recogía distraidamente su dinero.

Por último terminó la partida. Cheraliusky rounió las cartas y se dispuso á empezar otra.

—¿Me permito V. que apunte á una carta? dijo Hermann extendiendo el brazo por detrás de uno de los jugadores.

Cheraliusky se sonrió é hizo una señal de asentimiento. Narumof, sonriéndosc, felicitó á Hermann por aquella resolución y le deseó buena suerte.

—¡Va! exclamó Hermann apuntando con tiza una cifra al lado de su carta.

—¿Cuanto? preguntó el banquero frunciendo las cejas.

¡Cuarenta y siete mil rublos! respondió Hermann.

Al oir estas palabras, levantáronse instantaneamente todas las cabezas y todas las miradas se posaron en Hermann. «Se ha vuelto loco, pensó Narumof.

—Permítame V. que le haga observar, dijo Cheraliuski con su eterna sonrisa, que juega V. muy fuerte, hasta ahora nadie ha jugado más de doscientos setenta rublos de una vez.

—Y qué? Acepta V. ó no acepta.

Chckaliusky se inclinó en señal do asentimiento.

—Solo he querido decirle, añadió que para no perder la confianza de los compañeros, no puedo jugar más que teniendo á la vista dinero efectivo.

Por mi parte, ni que decir tiene que su palabra do V. me basta, pero como se trata de que el juego resulte ordenado y de que las cuentas se lleven como es debido, le ruego que ponga el dinero sobre su carta.

Hermann sacó del bolsillo una letra y la entregó á Chekaliusky, el cual pasó la vista por ella y lacolocó sobre la carta de Hermann. Comenzó á ta-