llar. A la derecha había un nueve; á la izquierdaun tres.
NY ¡Ganó! dijo Hermann mostrando su carta.
Hubo un murmullo entre los jugadores. Chekaliusky frunció el entrecejo, pero al momento tornó la sonrisa á su rostro.
—¿Quiere V. cobrar? preguntó á Hermann.
—Si no le es molesto.
Chekaliusky sacó de la cartera unos cuantos billetes y pagó. Ilermann cogió el dinero é inmediatamente se apartó de la mesa. Narumof no salia de su asombro.
Hermann bebió un vaso de limonada y marchó á su casa.
Al día siguiente por la noche se presentó de nuevo en casa de Chekaliusky. El huesped tallaba.
Hermann se acercó á la mesa; los jugadores al puntole hicieron sitio.Chekaliusky les saludó amablemente.
Hermann aguardó á que terminase la partida, escogió una carta puso sobre ella sus 47.000 rublos más la ganancia de la víspera. Chekaliusky empezó á tallar. A la derecha salió la sota; á la izquierdael siete.
Hermann descubrió su carta, era el siete.
La admiración fuo extraordinaria. Chekaliusky se turbó evidentemente.
Conto noventa y cuatro mil rublos y los entregó á Hermann. Este los tomó friamente y se retiró al momento.
A la noche siguiente se acercó otra vez á la mesa. Todos le aguardaban; los generales y los consejeros abandonaron su vohist para presenciar tan extraordinaria jugada. Los oficiales jóvenes saltaron de sus divanes; los criados se apiñaron en la puerta. Todos dejaron paso á Hermann. Los jugadores suspendieron sus apuestas, esperando con impaciencia el término de aquella partida. Her-