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Julián Juderías

una persona de mediana estatura; á una joven, puesto que era color de rosa. La rica tela, los esbeltos pies, los agarradores de bronce....., todo indicaba la riqueza de la difunta.

Salí corriendo de mi cuarto y, sin reflexionar, dominado por un terror indescriptible, bajé á escape la escalera. Reinaba allí oscuridad profunda, y estuve á punto de matarme. Al llegar á la calle, me apoyé en un farol y respiré; me latía el corazón de una manera horrible, y me faltaba la respiración...

Uno de los oyentes encendió el quinqué y se aproximó al orador.

—No me hubiera extraña—doprosiguió éste—encontrarme con que mi casa estaba ardiendo, ó con que en mi cuarto había un ladrón ó un perro rabioso. Tampoco me hubiera sorprendido que se desplomase el techo, se hundiese el pavimento ó se cayeran las paredes Todo esto es natural y comprensible. ¡Pero... un féretro! ¿De donde había venido? ¿Cómo podía hallarse en la habitación de un humilde funcionario público un féretro femenino, destinado, sin duda, á una joven de la alta sociedad? ¿Estaba vacio o lleno? Y si estaba ocupado, ¿quién era aquella joven, prematuramente arrebatada á los encantos de una vida espléndida, que se tenía á bien honrarme con tan espeluznante visita?

Si no es un misterio, se me ocurrió de pronto, será un crimen.

Fúsemo á cabilar. La puerta de mi alcoba decía yo—está cerrada durante mi ausencia, y el sitio en donde pongo la llave no lo conocen más que mis amigos íntimos. Estos no iban á enviarme un féretro. Lo habria traído allí por equivocación algún dependiente de funeraria? Esto era lo más verosímil. Es fácil equivocarse de piso y de puerta; pero ¿quién ígnora que los empresarios