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Cuentos y narraciones

de pompas fúnebres no se van hasta que se los paga?

Los espíritus me han anunciado la muerte. ¿Során ellos, tal vez, los que han cuidado de que no me falte ol ataúd?

—Yo, señores, ni creo, ni creía en el espiritismo; pero aquel conjunto de circunstancias cra capaz de inspirar al más materialista ideas sobrenaturales.

—¡Qué tonto soy! exclamé—. Parezco un chico de la escuela. Será una ilusión óptica y nada más.

Llegué á casa de tan pésimo humor, que nada tiene de extraño que mis nervios me hiciesen ver un féretro allí donde nada había.

La lluvia me azotaba el rostro y el viento agitaba con violencia suma los faldones de mi pelliza.

Estaba helado y empapado. Era preciso tomar una decisión, irme á alguna parte; pero ¿adónde?

Volver á mi casa equivalía á pasar la noche ent.compañía del féretro, lo cual era superior á mis fuerzas.

Podía volverme loco estando solo, sin oir siquiera la voz de un semejante y teniendo al lado un ataúd que tal vez contenía un cadáver. Sin embargo, no podía quedarme en la calle aguantando la Iluvia y el frío.

Decidi ir á pasar la noche á casa de mi amigo Upokoief, quien, como ustedes saben, se pegó un tiro no hace mucho. Vivía entonces en casa del comerciante Cherepof, en la calle Mértva.

Panijidin onjugó el sudor frío que brotaba de su pálido rostro y, respirando fatigosamente, prosiguió:

— Mi amigo no estaba en casa. Después de haber llamado á la puerta de su cuarto y de haberme convencido de su ausencia, cogí á tientas la Ilave, abrí y entré. Me despojé de la pelliza, busqué el diván y me senté á descansar. Todo estaba