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Julián Juderías

obscuro. En la estufa gemía el viento y en el Kromlín tocaban las campanas á la misa del gallo. Encendí un fósforo, pero la luz, lejos de calmar mi zozobra, la aumentó. Lancé un grito, me levanté tambaleándome y cché á correr.

. 175 En la habitación de mi amigo acababa de ver, lo mismo que en la mía, un féretro. Era más grande y con adornos de cine, que lo hacían más lúgubre..

¿Qué ilusión óptica era aquella? En cada alcoba iba á haber un féretro? Aquello era un padecimiento nervioso, una alucinación. Los féretros se multiplicaban.

Los veia en todas partes. ¿Estaría yo loco? ¿Padecería yo de monomanía ferétrica cuyas causas eran la sesión espiritista y las imprudentes palabras de Spinoza?

¡Me he vuelto loco!—pensé, llevándome las manos á la cabeza. Se apoderó de mí un temblor espantoso; privado de la pelliza y de la gorra, el viento me helaba. Volver por ellas no lo pensé siquiera. ¿Qué hacer? Estaba entre la locura y la muerte por el frío. Felizmente recordé que mi buen amigo Pogostof vivía cerca de la calle Mertva.

Pogostof había estado conmigo en la sesión espiritistr. Allá me encaminé, porque es de saber que entonces no se había casado todavía con una heredera y que vivía en el quinto piso de la casa del Consejero de Estado Kladvichesky.

Pero, sin duda, estaba escrito que allí debían sufrir mis nervios nuevas torturas.

Al llegar al quinto piso of un ruido extraño, como si corriese alguien dando portazos y lanzando gritos.

—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Porterol—decían.

Y al mismo tiempo bajó á mi encuentro un hombre con gabán de pieles y con el sombrero abollado.