Página:Páginas eslavas - Cuentos y narraciones (1912).pdf/178

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
176
Cuentos y narraciones

¡Pogostof!—exclamé pues era mi amigo.—¿Qué le sucede?

Pogostof se acercó á mí y me estrechó convulsivamente la mano. Estaba lívido, respiraba trabajosamente y temblava. Sus ojos miraban á un lado y á otro con extravio.

—¿Es usted Panijidin?—preguntó con apagada Yoz.—¡Qué pálido está usted! Perece usted un desenterrado.

—Usted si que tiene la cara descompuesta—le repliqué.

—Permítame que respire. Me alegro verle. ¡Maldito espiritismo! ¿Pues no me ha puesto tan nervioso que al volver á casa he visto... un ataúd?

—No dí crédito á mis oídos y le rogué que repitiese lo que acababa de decir.

—Sí; un ataúd: un ataúd de verdad—dijo Pogostof sentándose en un escalón.—No soy cobarde pero, crea usted que eso de encontrarse con un ataúd después de una sesión de espiritismo es capaz de asustar al mismísimo diablo.

Asombrado y balbuciente conté á mi amigo lo que había visto. Nos miramos con la boca abierta y para convencernos de que no estábamos soñando, nos pellizcamos uno á otro.

—Los dos estamos enfermos—dijo Pogostof, que era médico—; sin duda estamos despiertos, y es posible que los ataudes no sean ilusiones, sino cosas reales y verdaderas. ¿Qué hacemos, querido?

Si nos quedamos en la escalera haciendo suposiciones, nos exponemos á coger una pulmonía, más vale desechar el miedo y entrar en mi cuarto después de haber despertado á mi vecino.

Así lo hicimos. Al entrar en la habitación provistos de una luz, vimos un ataúd forrado de raso blanco con franjas de oro. El vecino se santiguo piadosamente.