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Cuentos y narraciones

Oye, abuela—dijo el filósofo adelantándose á los demás; no podrías, tal vez, darnos algo que mascar, como vulgarmente se dice? ¡Caracoles! Me parece que un hombre se está paseando en coche por mi estómago. Has de saber, abuela, que desde esta mañana no he probado alimento...

—En mi casa no hay nada que comer, exclamó la vieja interrumpiéndole. Hoy ni siquiera sc haencendido el horno.

—Si lo dices por lo del pago, añadió el filósofo levantando la voz, mañana mismo te pagaríamos como es debido, es decir, en moneda contante y sonante. ¡Mal palo te daria yo!—repuso entre diente —Entrad, entrad, y daos por muy satisfechos con no pasar la noche al sereno. Habráse visto damiselas como éstas...

El filósofo se estremeció y bajó la cabeza, pero de repente dióle en la nariz cierto olorcillo á caldo salado y mirando hacia el teólogo reparó en que del bolsillo de su pantalón salia una tremenda cola de pescado. Era que Jallava, fiel á la costumbre, había arrebatado un pez de los contenidos en los carros, y, una vez cometido el delito, no por afán de lucro, sino por hábito, dando al olvido el objeto robado, paseaba la mirada por el patio buscando alguna otra cosa que llevarse aunque fuera un pedazo de hierro ó el eje de una rueda. Entonces el filósofo, introdujo la mano en el bolsillo de su amigo como hubiera podido hacerlo en el suyo y se apropió el cuerpo del delito.

La vieja separó á los estudiantes. Al retórico le encerró en una de las casuchas del patio; al teólogo en el desván de la casa y al filósofo en un establo de ovejas.

No bien se quedó solo, procedió Tomás Brut á comerse el pez, cosa que hizo en un abrir y cerrar de ojos y luego examinó detenidamente las