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Julián Juderías

paredes de la cuadra que eran de trenzados mimbres; castigó con el pie la curiosidad de un cordo que desde el vecino establo se permitía introducir el hocico á través de un agujero, en la improvisada alcoba y, por último, tendiéndose cuán largo era en el suelo, se dispuso á dormir porque el cansancio le rendía.

De pronto, abrióse la puerta del establo y la vieja entró agachándose.

—¿Qué se te ofrece, abuela? preguntó el filósofo.

La vieja marchó hacia él con los brazos abierto3.

—¡Eres demasiado vieja!—cxclamó el estudiante incorporán lose.

La vieja no lo hizo caso." —Estamos en época de abstinencia, señora mía, prosiguió cl filósofo y soy demasiado devoto para quebrantarla.

La vieja sin replicar le estrechó entre sus brazos. Tomás tuvo niedo. Los ojos de aquella mujer despedian extraños fulgores.

—¡Vete! exclamó pugnando por desasirse.

La vieja le sujetó las manos. Tomás dió un salto y trató de huir, pero la huéspeda le cerró el paso y clavando en él los centelleantes ojos, se le acerco de nuevo.

El estudiante quiso huir, pero observó con asombro, que ni sus manos ni sus pies podian moverse. Palabras que no sonaban es ronse de sus labios. Los latidos de su corazón eralo único que percibía con claridad. La vieja se le acercó, le cogió las manos, le obligó á hajar la cabeza, se encaramó sobre sus hombros con agilidad felina y dándole con una escoba lo hizo brincar como un corcel.

Todo esto sucedió con tal rapidez que el filósofo no se dio cuenta de ello. La vieja lo lanzó á la