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Cuentos y narraciones

Tomás se puso en pie, la miró, pues ya la mañana comenzaba á enrojecer el Oriente y las doradas cúpulas de las Iglesias de Kiew relampagueaban en lontananza y vió que á sus pies yacía una hermosa joven, que movía los brazos y se quejaba, levantando hacía el cielo los hermosos ojos preñados de lágrimas. Tenía los luengos cabellos en desorden y parecía haber perdido el conocimiento.

Tomás se estremeció. Sintió compasión y temor. Echó á correr lo más deprisa que pudo, sin querer regresar a la granja y llegó á Kiew pensando siempre en el extraño suceso.

III

En la ciudad no había ningún seminarista. Todos se habían repartido por las granjas ó marchado á dar lecciones ó tomado las de Villadiego sin más objeto que vagabundear y hartarse de gatuschki, de queso, de smetana y de barennikis tamaños como sombreros, sin pagar un cuarto. El inmenso edificio en que habitaban los seminaristas yacía silencioso y abandonado y por más que escudriñó detenidamente los rincones y hasta pasó revista á las grietas y agujeros de las paredes, lugares que á veces servían de desponsa á los estudiantes, no halló en ninguna parte un pedazo de tocino, ni siquiera un trozo de queso rancio con que apaciguar el estómago: ¡todo había desaparecido!

Pronto halló el medio de aliviar aquella necesidad. Se fué al mercado, dió dos ó tres vueltas silbando, hizo una seña á una viuda joven, vestida de verde, que vendía objetos tan hetereogéneos como cintas, perdigones y ruedas y aquel día se harto de bariennikis, de pollo y de otros no menos suculentos manjares en una casita de adobes