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Cuentos y narraciones

latigazos en la espalda y en lo demás, que en un mes no tendrás necesidad de ir al baño...

El filósofo se rascó suavemente la oreja y se retiró sin decir palabra, pensando en aprovechar la primera ocasión que se presentase para confiar su salvación á las piernas. Sumido en estas meditaciones bajó la tosca escalerilla que conducía al patio pero aun no habia llegado á éste, cuando oyó clara y distintamente la voz del Rector que daba órdenes á su intendente y á alguien más que pertenecía, sin duda, á la servidumbre del propietario.

—Le darás las gracias á tu amo por la harina candeal y los huevos que me ha mandado—decía el Rector, y le dirás que en cuanto estén listos los libros de que me habla me apresuraré á enviárselos, pues le he dicho á mi escribiente que los copie. No te olvides, de decirle, alma mía, que sé que hay en su finca unos peces que saben á gloria, especialmente ucetrinas, de las cuales bien podía mandarme unas cuantas ya que aquí en la plaza no son buenas y cuestan caras. Y tu, Yabtuj, dale á los muchachos una copa de aguardiente á cada uno y que aten bien al filósofo no se os vaya á escapar.

¡Hijo de Satanás! murmuró el filósofo. ¡Qué listo es!

El filósofo vió que en el patio había una kibilko, ó sea un coche de campo, más parecido á un horno de cocer tejas puesto sobre ruedas que á un vehículo destinado á transportar personas. Era un carruaje al estilo de Gracovia y semejante á los que omplean los judíos para trasladarse en número de cincuenta ó sesenta con sus mercancías á todas las poblaciones donde saben que hay feria.

Esperábanlo media docena de cosacos gruesos y coloradotes y ninguno joven, cuyos sbitkis de paño fino adornado con pasamanería demostraban