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Cuentos y narraciones

sus pipas echados sobre los sacos. El único que abrió la boca lo hizo para decirle al cochero:

—Oye, animal, cuando pases por delante del ventorrillo que está al mediar el camino, acuérdate de parar los caballos y de despertarnos, si es que nos hemos dormido.

Decir esto y ponerse á roncar fué la misma cosa.

En honor de la verdad hay que decir que semejante advertencia era del todo inútil, pues apenas se acercó la brilchka al lugar en que se hallaba la venta, todos á una gritaron: ¡Para! Es más, los co ballos estaban tan bien enseñados, que se detenían instintivamente delante de todos los establecimientos de éste género.

A pesar del calor, pues corría el mes de Julio, bajaron todos del coche y se encaminaron con paso alerta hacía la única habitación del misero ventorro de la cual salía en aquel momento el dueño con alborozado semblante para recibir á sus consecuentes parroquianos. Entraron todos y se sentaron alrededor de una mesa sobre la cual colocó el tabernero unos cuantos chorizos de cerdo (de cuyo manjar se apartó al punto, por ser judio de uación) y sendas jarras de vino.

El filósofo se vió en la necesidad de tomar parte en el banquete y como los nacidos en la pequeña Rusia se suelen aturdir muy pronto con la bebida y tan luego sucede esto comienzan á llorar y abrazarse, tuvo que presenciar escenas tiernísimas.

La habitación resonó, con el estrépito de losabrazos y el rumor de los besos y se ofun exclamaciones del tenor siguiente:

—¡Dáme un abrazo, Spirid! ¡Ven que quiero abrazarte, Dorosch!

Uno de los presentes, cosaco de cabellos blancos, el más viejo de los que allí estaban ocultó el rostro en las manos y se puso á sollozar desconsoladamente al recordar que no tenía ni padre ni