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Julián Juderías

madre y que era huérfano por los cuatro costados. Otro que tenía condición de polemista lo repetía: ¡No llores, hijo, por amor de Dios! ¿A qué viene oso? ¡Sabe Dios lo que nos podrá pasar aún!

Otro cosaco, Dorosch, fué presa de la curiosidad y volviéndose al filósofo le preguntó:

—Quisiera saber que es lo que os enseñan en el seminario. ¡Es lo mismo que lee el diácono en la [glesia ó es otra cosa?

—¿A qué preguntas? exclamó el polemista. A tí que te importa lo que les enseñan? ¡Dios sabe lo que nos hace falta, pues lo sabe todo!

—Déjame, replicó Dorosch. Yo quisiera saber lo que está escrito en esos libros. Puede ser que digan cosas diferentes de las escritas en los libros del diácono.

—¡Dios mío! le respondió con tono lastimero el polemista, já que viene hablar de semejante cosa? Cúmplase la voluntad de Dios. ¡Cuando Dios quiere una cosa, esa cosa sucede!

—Es que quiero saberlo todo, hasta lo que no está escrito. ¡Te juro que entro en el Seminario! ¡Vaya si entro! Qué te crees que no soy capaz de aprender nada? ¡Pues lo aprenderé todo!

—¡Dios mío, Dios mío! murmuró su contradictor dejando caer la cabeza sobre la mesa por la sencilla razón de que no tenia fuerzas para sostenerla sobre los hombros.

A todo esto, los demás cosacos hablaban del amo ó discutian por qué brillaba la luna.

Tomás Brut al reparar en el estado en que aquellas cabezas se encontraban determinó aprovechar la ocasión para escaparse. Lo primero que hizo fué dirigirse al cosaco de cabellos blancos, que lloraba por sus difuntos padres y preguntarie.

—¿Porqué lloras, amigo? Yo también soy huér-