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Cuentos y narraciones

do se acercó al atril, tosió otra vez y se puso á leer oraciones sin prestar atención á cuanto le rodeaba, sin mirar siquiera el rostro de la muerta.

Reinó profundo silencio. El solnik se había retirado. Despacio, muy despacio, volvió la cabeza y miró el cadáver...

Tomás se estremeció: ante sus ojos yacía una joven cuya hermosura no había padecido con el supremo tránsito. Parecía imposible que hubiesen podido existir rasgos tan bellos, tan regulares, tan armónicos, como los de aquel rostro. La joven aparentaba estar dormida. La frente, espaciosa y blanca como la nieve, parecía albergar aún los pensantos. cejas, noche en pleno día, se dibujaban finas, elegantes, orgullosas y sobre los cerrados ojos. Las largas y negras pestañas caían como flechas sobre las mejillas enrojecidas aún por el calor de ocultos y ardientes deseos, y los labios semejaban rubíes prontos á entreabrirse y á sonreir de placer. Tenían empero aquellos rasgos algo sobrenatural y al contemplarlos, sintió Tomás impresión semejante á la que hubiese experimentado si en el bullicio de un baile, cuando todos se entregasen poseidos de gozo á la danza, alguien hubiose entonado un himno fúnebre. De repente noto en el rostro de la difunta algo raro, medroso, que despertó sus recuerdos.

—¡La bruja! exclamó con voz alterada, y apartando los ojos del catafalco, púsose á leer oraciones, pálido como un muerto.

La hija del sofnik y la bruja á quien había dado muerte eran una misma persona.

V

Al caer la noche transportaron el cadáver á la Iglesia. Tomás ayudó á los que llevaron el féretro y creyó sentir en el hombro durante todo el tra-