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Julián Juderías

yecto una sensación semejante á la que hubiera producido un pedazo de hielo. El solnik iba delante á la cabezera del fóretro.

La iglesia estaba hecha con tablas ennegrecidas y cubiertas de musgo. Tenía tres cúpulas y se alzaba, lúgubre, al final del pueblo. Sabíase que en ella no se celebraban desde hacía mucho tiempo los oficios divinos, pero aquel día habían encendido velas ante todas las imágenes.

El féretro se colocó en el centro, frente al altar.

El sotnik depositó un boso en la frente de su hija, se inclinó profundamente y salió con los que habían transportado el cadáver, ordenando que die sen bien de comer al filósofo y que después de la cena lo llevasen á la iglesia.

Así que llegaron á la cocina, todos los que habían formado parte de la comitiva, fueron á poner las manos sobre la estufa, cosa que siempre hacen los pequeños—rusos cuando ban visto un nuerto.

El hambre que el filósofo experimentaba le obligó, por el momento, á olvidar las impresiones sufridas. Pronto comenzó la servidumbre á acudir á la cocina. La del sotnik era una especie de casino adonde acudian todos, hasta los extraños, incluyendo entre estos últimos á los perros que, meneando el rabo venían hasta la misma puerta en busca de los huesos y las sobras. Cuando el amo le mandaba á un criado que fuese á hacer tal ó eual cosa, por muy importante ó urgente que ésta fuese nunca dejaba el aludido de entrar en la cocina para descansar un rato tendido en un banco ó para fumar tranquilamente una pipa. Todos los solteros que habitaban en la casa y llevaban traje cosaco, se pasaban la mayor parte del día tendidos en los bancos ó debajo de los mismos ó junto á la estufa ó en cualquier otro sitio á propósito para tenderse. Después de haber descansado un buen