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Julián Juderías

era una bruja de cuerpo entero? ¡Palabra que era una bruja!

—Basta, basta, Dorosch, dijo uno de los presentes, el mismo que en la venta había demostrado tan gran capacidad para consolar á la gente. Eso no nos importa. Dios la tenga en su gloria.

Pero Dorosch tenía ganas de hablar. Momentos antes de la cena había ido á ver al encargado de la bodega para hablarle de un asunto importante y saludar de paso dos ó tres toneles y había salido de la visita con tantos ánimos que no parecía dispuesto á dejar que metiesen baza los demás.

¿Qué quieres? ¿Que me calle, no es eso? ¡Que me calle cuando la señorita se ha paseado á caballo sobre mis espaldas! Por mi salud que no miento.

—Diga V. Dorosch, preguntó el pastor joven de los botones y colgajos, ¿tienen las brujas algún signo por el que pueda distinguirselas?

—¡Ninguno! replicó Dorosch. Ninguno! Aunque te pongas á leer el psalterio de cabo á raho!

—No digas eso, Dorosch; no digas eso, exclamó el cosaco de antes. No en vano dió Dios á cada uno costumbres diferentes. Los que entienden de ciencia dicen que las brujas tienen rabo.

—Todas las viejas son brujas, dijo friamente un cosaco de cabellos blancos.

—¡Bueno está V! le replicó la viela que llenaba de albóndigas la vacía cazuela. ¡Si las viejas son brujas, los hombres son jabalíes!

El cosaco aludido que se llamaba Yabtuj y de apodo Kobton se sonrió placenteramente al observar el efecto de sus palabras y el vaquero soltó una carcajada tan estrepitosa que parecía el mugido de un rebaño de bueyes.

La conversación iniciada determinó en el filósofo el invencible deseo de averiguar algo conereto