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Cuentos y narraciones

acerca de la hija del sotniky así, volviéndose hacía su vecino, preguntó:

—¿Por qué decís todos que la señorita era bruja?

Acaso ha hecho daño á alguien ó ha perdido el alma de alguno?

—Detodo hubo, respondió uno de los presentes, cuyo rostro parecia una pala.

¿Quién no se acuerda de lo del Mikita el perrero y de aquello de?..

—Callarse que voy á contar lo del perrero Mikita, exclamó Dorosch.

—¡Deja, que lo contaré yo, por que era compadre, mío, dijo el mozo de cuadra!

¡No, lo contaré yo! dijo Spirido.

—¡Que lo cuente Spirido! gritó la asamblea.

Spirido comenzó á usar en esta forma de la palabra que le había sido concedida.

—Tú, señor filósofo, no conociste á Mikita. Hombres como él caen pocos en libra, A cada perro lo conocía como si fuese su padre. El actual perrero Mikola, que está sentado el tercero después de mí, no le llega ni á la suela de los zapatos y aunque conoce su oficio es como si dijéramos una basura al lado suyo gentiendes?

—Muy bien hablado, muy bien, gritó Dorosch moviendo la cabeza en señal de aprobación.

—Veía las liebres más pronto que un rayo, prosiguió Spirido. Solía silbar y gritar: eh Rasbaya!eh Wistrayal y se lanzaba al galope con tal furia que no era posible saber quien corría más, él ó los perros. Se bebía los cuartillos de aguardiente en un abrir y cerrar de ojos como nadie, ¡Qué hombre aquel! Pues, señor, hará poco tiempo de esto, le dió por mirar y remirar á la señorita. ¿Se enamoró de ella ó lo embrujaron? No se sabe, pero el hecho fué que se perdió. Se afeminó. Se convirtió... ¡fu! ni decirse puede!

—¡Muy bien! dijo Dorosch.