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Julián Juderías

—Apenas lo miraba la señorita las riendas se esapaban de la mano y á Razboya, lo llamaba Brobki.

Tropezaba y no sabía lo que hacer. Un día, entró la señorita en la cuadra, mientras él lavaba un caballo. ¡Mikita, te voy á poner el pie encima! le dijo.

Y el muy memo se sonrió y le dijo: No solo el pie si no el cuerpo, si quieres sentarte. La señorita levantó la pierna y al verla él, tan blanca y tan bonita perdió el juicio, bajó la cabeza, cogió las piernas de la señorita y echó á correr llevándola encima... ¿Adónde fueron?, eso ni él mismo lo pudo decir después, pero volvió medio muerto y desde aquel día se puso más seco que un esparto y un día fueron á la cuadra y en vez de Mikita se encontraron con un montón de cenizas y un jarro vacío. ¡Se había quemado del todo: se quemó el mismo! Y cra un perrero como no volveremos á tenerlo.

39 Al terminar Spirido su relato, todos alabaron al difunto perrero.

—¿Y de lo Schepchija, no sabes nada? preguntó Dorosch volviéndose hacia Tomás.

—¡No!

—¡Ja, ja ja! Por lo visto, en el Seminario no os enseñan nada que tenga sentido común. Pues escucha. En nuestro pueblo vive un cosaco, llamado Scheptun, un buen cosaco. Le gusta, alguna vez que otra robar y mentir sin necesidad, pero es un buen cosaco. Su casa no está lejos de aquí. Pues verás cierto día, en hora parecida á esta se acostó Scheptun, terminadas las faenas del día y como el tiempo era bueno, su mujer se tendió en el patio y Scheptun dentro de la casa en un banco ó Scheptun en el patio y Schepchija en la casa...

—Y no en un banco, sino en el santo suelo, estaba Schepchija, exclaró una vieja que escuchaba el relato desde el dintel de la cocina con una mano puesta en la mejilla.