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Julián Juderías

El tema de la bruja se hizo interminable. Cada cual se apresuró á decir algo. A uno se le había aparecido en forma de haz de trigo en las mismas puertas de su casa. A otro le había robado la pipao la gorra. A más de una muchacha Ic había cortado la trenza. A otras les había chupado la sangre por libras.

41 Por último, la asamblea volvió en su acuerdo y reparó que había charlado demasiado, pues ya la obscuridad era completa. Los criados fueron á tenderse on los camastros colocados en la cocina, en las granjas ó en medio del patio.

—Ahora señor Tomás, razón es que vayamos á donde está la difunta, dijo al filósofo uno de los cosacos y dicho esto encamináronse á la iglesia.

Formaban parte de la comitiva del estudiante, Dorosch, Spirido y dos cosacos más. Durante el trayecto hubieron de apartar á latigazos los canes que pululaban por el pueblo, animales de tan mala condicion que por tal de morder hincaban los dientes en los palos.

A pesar de que el filósofo con un buen jarro de aguardiente había hecho acopio de valor, la cobardía que se aposentaba en su ánimo aumentaba á inedida que se acercaban al templo cuyas luces brillaban en lontananza. Los horripilantes relatos que acababa de escuchar contribuían á excitar todavía más su imaginación.

Las tinieblas que reinaban al pie de las empalizadas y debajo de los árboles del camino comenzaron á esclarecerse y este se hizo más despejado y más cómodo. Transpusieron por último la añosa valla de la iglesia y penetraron en un pequeño patio más allá del cual no había árbol alguno, sino campos yermos y praderas envueltas en las sombras profundas de la noche.

Los cosacos subieron la tosca escalinata de madera que daba acceso al templo y penetraron en