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Julián Juderías

de luz. En lo alto, las sombras tomaban tonos azuJados y los santos miraban desde sus mareos dorados con lúgubre expresión.

Tomás se acercó al ataud; lo consideró con temor, primero, más después no pudo apartar los ojos del rostro de la muerta, tan lerrible y fascinadora era su hermosura.

Tomás quiso alejarse, pero llevado de ese sontimiento extraño é inexplicable que á sí mismo se contradice y que jamás abandona á los poseídos por el miedo, al retirarse miraba, al mirar temblaba y, sin embargo, no apartaba los ojos del objeto de su horror.

La belleza de la muerta era tan pura que parecía sobrenatural. Quizás no hubiese infundido al filósofo tal terror si hubiese estado menos hermosa más su fisonomía no era la de un cadáver sino la de un ser vivo y al estudiante le parecía que aquellos ojos cerrados lo miraban y que del párpado derecho se escapaba una lágrima que al resbalar por la mejilla resultó ser una gota de sangre.

Con paso rápido marchó al presbiterio, abrió el libro y, para infundirse ánimos, se puso á leer en voz alta cuyos ecos se deslizaron por las paredes mudas desde hacía luengos años, esparciéndose por los ámbitos de la iglesia en medio del mortuorio silencio.

¿De qué voy á tener miedo? pensó. Nadie puede entrar aquí, ni ella se levantará de su ataud al oir la palabra de Dios ¿Qué me importa que esté ahí? ¡Buen cosaco sería yo si me dejase dominar por el miedo! De seguro he bebido demasiado y por eso me asusto. Tomaré rapé. ¡El tabaco es una gran cosa; un descubrimiento magnifico!

Apesar de todo, cuando terminaba una página miraba á hurtadillas hacia el féretro y le parecía oir una voz que decía: