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Cuentos y narraciones

¡Mira, mira! ¡Ya se levanta! ¡Mira, ya sale del féretro!

Pero no; el silencio era fúnebre, el féretro yacía inmóvil y las velas derramaban torrentes de luz.

¡Lúgubre era, en verdad, aquella iglesia iluminada en medio de la noche y encerrando á un vivo y á una muerta!

Tomás levantó la voz y se puso á cantar en diferentes tonos para ahuyentar el miedo, pero á cada instante volvía los ojos preguntándose involuntariamente: ¿Y si se levantase?

Pero no, el ataúd no se movía. ¡Si al menos se hubiese oído algún ruido que delatase la presen cia de un ser viviente, aunque no fuese más que canto de un grillo! Pero no, alli no había nadie, ni se percibía más ruido que el chisporroteo de las velas ó cl rumor apenas perceptible de las gotas de cera que caían al suelo.

¿Y si se incorporase?

La muerta comenzó á erguir la cabeza.

El filósofo lanzó una mirada de terror y apartó la vista.

No, no era ilusión de los sentidos. La muerta no yacía, estaba sentada en la caja. Tomás, que había apartado los ojos de aquel cuadro los clavó en él, de nuevo poseído de horror. La difunta se había puesto en pie y andaba por la iglesia con los ojos eerrados y los brazos abiertos como si quisiera aprisionar á alguien en ellos. Iba derecha hacia donde estaba Tomás el cual aterrorizado trazó un círculo entorno suyo y para reforzarlo, comenzó á recitar oraciones y conjuros, entre ellos uno que le había enseñado un monje que se había pasado la vida luchando contra las asechanzas de los espíritus malignos. La muerta se detuvo ante aquel oírculo; veíase que no podía transpasarlo y su rostro se volvió azulado como de una persona muerta hacía días. Tomás no tuvo valor para mirarla, tac