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Julián Juderías

horrible se había vuclto. Los dientes del cadáver castañeteaban y sus ojos se abrían, pero nada podía ver y así, poseido de rabia, como lo revelaba el temblor de su rostro púsose á recorrer la Iglesia con los brazos extendidos, cogiendo las columnas y buscando á Tomás en todos los rincones. Por úllimo se detuvo hizo un gesto de amenaza y se tendió en el alaud.

Tomás, poseído de terror no cesaba de mirar.

De repente, el féretro se levantó y echó á volar con terrible silbido por la iglesia, cruzándola en todas direcciones. El estudiante lo vió pasar casi sobre su cabeza, más reparó que no podia tocar el círculo que había trazado ní sobreponerse á sus conjuros. El cadáver se tornó vorde.

El canto del gallo se escuchó á lo lejos y la muerta se desplomó en la caja, cuya tapa se cerró con ruido.

Sudoroso, con el corazón palpitante, pero alentado por el canto del gallo, leyó Tomás las hojas que le faltaban.

Apenas rayó el alba vinieron á buscarlo el diácono y Yabtuj que aquella vez ejercía las funciones de sacristán.

VII

Llegado que hubo al lecho el filósofo tardó largo tiempo en dormirse, más cuando lo hubo conseguido, gracias al cansancio que lo abrumaba, no despertó hasta la hora del almuerzo y entonces los sucesos de la víspera le parecieron sueños. Para que reparase las fuerzas le sirvieron un cuartillo de aguardiente y mientras duró la comida tomó parte en la conversación y devoró buena parte de un no pequeño marranillo.

De lo que le había acaccido durante la noche no se atrevió á hablar, obedeciendo á un sentimien-