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Julián Juderías

exclamó Spirido mirando atentamente al estudiante. Se te ha puesto el pelo tan blanco como al mismo Yabtuj.

El filósofo a! oir esto corrió como un loco hacia la cocina, donde había visto pegado á la pared un pedazo de espejo manchado por las moscas, pero rodeado de claveles y otras flores que demostraban que su destino era auxiliar la coquetería de las damas, y vió con horror que era cierto lo que decían. La mitad del pelo se le había puesto blanco. Tomás bajó la cabeza y se puso á reflexionar.

— Voy á ver al amo, dijo de allí á poco; le contaré todo y le diré que no quiero rezar más. ¡Permita Dios que me mande ahora mismo á Kief!

Animado de este propósito se dirigió hacia la escalinata de la casa señorial.

El sotnik, se hallaba en su sala sentado é inmóvil, como la primera vez. Su rostro revelaba el mismo punzante dolor: las enflaquecidas mejillas denotaban no haber probado bocado y la extraordinaria palidez le daba cierta inmovilidad marmorea.

—Buenos días, dijo al ver al estudiante que se había parado en el dintel con la gorra en la mano.

¿Qué tal te va? ¿Bien?

—Bien, bien. Se ven en este mundo tales diablerías, que más vale coger la gorra y echar á correr hasta donde lo lleven á uno las piernas.

—¿Cómo?

—Si señor! Vucstra hija... Al parecer era de linaje no cosa que nadie pretenderá negar, pero no en vano hay que rogar á Dios porque tenga misericordia de su alma.

—¿Qué pasa con mi hija?

—¿Qué pasa? ¡Pues que ha hecho pacto con Satanás! El terror que infunde es tal, que no puede describirse...

—¡Reza, reza! No en vano te designó á tí. La po—brecilla se preocupaba de su alma y quiso que por