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Cuentos y narraciones

suelo. Al salir de aquella maleza tenía que cruzar un campo á un extremo del cual había un zarzal espeso donde pensó estará cubierto, tanto más enanto que según sus cálculos uo debía estar á lejos del camino de Kiew.

Atravesó rápidamento la explanada y llegó al zarzal deslizándose por entre las espinas no sin dejar en ellas pedazos de su sotana y dió con su cuerpo en un barranco. Las ramas de los árboles formaban allí una espesa bóveda y tocaban el suelo en algunos sitios. Un arroyuelo, cruzaba el barraneo, brillando como si fuera de plata líquida.

Tomás al verlo se inclinó y satisfizo la sed, acrecentada por la impaciencia que sentía.

¡Qué agua nás hermosa! exclamó secándose los labios. Aquí quizás se podría descansar.

—No, más vale que sigamos adelante, pues si no, la persecución va á ser muy desigual, replicó una voz á sus espaldas.

El estudiante se volvió. Delante de él estaba Yabtuj.

¡Llévente los diablos! murmuró. Si lo hubiera sabido tomo las de Villadiego. ¡Lástima de vara de acebuche con que romperte la cara!

—En vano has dado todo este rodeo, dijo Yabtuj, mejor hubiera sido venir por el mismo camino que yo, pues pasa por delante de las cuadras; así no te hubieras estropeado la ropa. ¡Lástima de paño, era buenísimo! ¿A cuanto pagaste la vara? Vaya, nos hemos paseado bastante, volvamos á casa.

El filósofo se rascó la nuca y echó á andar detrás de Yar tuj.

—Ahora, murmuró, la maldecida bruja hará conmigo lo que le venga en gana. ¡Después de todo, porqué he de toner miedo, no soy cosaco?

Ya he rezado dos noches, pues rezaré la tercera con la ayuda de Dios. Por lo visto la dichosa bru-