no lobos! exclamó Dorosh. Yabtuj no replicó ni el filósofo encontró cosa que respon lerle.
VIII
Llegados que fueron á la vetusta iglesia, Yabtuj y Dorosch dejaron solo al estudiante y cerraron la puerta.
Todo estaba lo mismo, todo tenía el mismo aspecto, sombrío, medroso y amenazador. Tomás se quedó parado un instante en el centro de la iglesia.
—No tendré miedo, no, se dijo.
Trazó un círculo, como las otras noches y se puso á recitar los conjuros que sabía. El silencio era lúgubre, las llamas de los cirios vertían su luz oscilando lentamento. El filósofo volvió una página, después otra y observó que leía cosas que no estaban eseritas. Se santiguo y comenzó á cantar.
La lectura progresó y las páginas se sucedieron rápidamente.
De repente, saltó la tapa del féretro y la difunta se levantó. Estaba aún más horrorosa que la víspera; los dientes le castañeteaban; los labios torcidos por el furor proferían tremendas amenazas y sus brazos se movían convulsivamente.
Un torbellino penetró en la iglesia. Las sagradas imágenes cayeron al suelo y los cristales de las ventanas llovieron hechos añicos. La puerta se salió de sus goznes y una multitud innumerable de monstruos penetró en la casa del Señor. El templo trepidó al batir de las alas y al chirrido de las garras que resbalaban ó se posaban. Infinidad de seres infernales revolotearon buscando al filósofo.
Los últimos vapores del aguardiente se disiparon on el cerebro de Tomás el cual se santiguó y prosiguió rezando.
Los diablos lo rodeaban aunque sin tocarlo ni