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Julián Juderías

siquiera con las extremidades de las alas ó la punta de las colas. No tuvo valor para mirarlos. Vió solamente que el muro del fondo se hallaba oasi oculto por un ser monstruoso cuyos largos cabellos semejaban un bosque y cuyos ojos miraban á través de aquella red. Detrás del monstruo se veía algo parecido á una burbuja enorme, de cuyo centro partían millares de tentáculos de patas como las de escorpión á cuyas uñas se adherían terrones de negruzca tierra.

Todos los diablos miraban hacía el estudiante sin poder verlo, defendido como se hallaba por el misterioso círculo.

¡Qué venga Wy! ¡Poneos detrás de Wy! gritó la bruja.

.... Reinó en la iglesia un profundo silencio. Ofúse en lontananza el aullido de los lobos. Sordos pasos resonaron sobre el pavimento. Tomás miró á hurtadillas y vió que traían á un hombro bajo de cuerpo, ancho de espaldas y torcido de piernas, Cubríalo por completo una capa de tierra. Sus piernas y sus brazos eran semejantes á raíces musculosas recién arrancadas del suelo. Caminaba despacio y á cada instante se detenía. Las pestañas de aquel monstruo eran tan largas que le llegaban al suelo. Tomás notó que tenía el rostro de hierro.

Lo trajeron hasta donde estaba Tomás.

¡Levantadme las pestañas! ¡que no veo! exclamó Wy con voz cavernosa y todos se precipitaron á levantarle las pestañas.

El filósofo escuchó una voz que le decía:

—¡No mires!

No supo contenerse y miró.

Hélo aquí! gritó Wy, dirigiendo hacia él su dedo de hierro. Todos los diablos sin excepción se precipitaron hacia él. El espanto del aludido fué tan grande que cayó al suelo y exhaló el ánimo.

Se oyó el canto del gallo. Era ya la segunda vez