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Julián Juderías

cía de la gloria de su hijo. Grato le era, á él, anciano, ver en su hijo á un valiente y saber que enando él, achacoso, muriese, el reino se hallaria en manos vigorosas.

Grato le era pensar en ello y por eso, de seando demostrar á su hijo el amor que le tenía, le dijo delante de todos los príncipes y señores, en el banquete con la copa en la mano:

—¡Bravo cres, hijo mío. Alabado sea Alá y bendito sea el nombre de su profeta!

Y todos glorificaron el nombre del profeta con voz potente. Entonces dijo el Kan:

—¡Poderoso es Alá! El ha bendecido mi juventud en mi valeroso hijo y ya veo que enando mis viejos ojos se cierron para siempre á la luz y los gusanos roan mi corazón, seguiré viviendo en mi hijo. ¡Alá es grando y Mahoma su verdadero profeta! Valiente es el hijo que tengo, robusto SII brazo, audaz su corazón y claro su entendimiento. ¿Qué es lo que deseas recibir de la mano do tu padre, Algalla? Dilo y tus deseos quedarán al punto satisfechos...

Y apenas se extinguió el eco de voz, he aquí que se levanta Tolaik Algalla y dice, bajando los ojos, negros como el mar de noche y lucientes como los del águila de las montañas:

—Dame la cosaca rusa padre mio. Guardó silencio el Kan, pero poco tiempo, el que era necesario para reprimir los latidos del corazón—y al punto dijo con voz firme y sonora:

—Tuya es! Terminado el banquete te la llevas...

El valeroso Algalla se encendió en regocijo, brillaron sus ojos de águila, púsose en pie, ergui—do y exclamó:

—¡Ya sabia que me la darías, padre y señor! Te conozco. Esclavo tuyo soy, soy tu hijo. ¡Toma mi sangre gota á gota, por ti moriria mil veces!

Nada necesito, contestó el Kan é inclinó