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Cuentos y narraciones

estaba impresa en su frente, qué desesperación más altiva revelaban aquellos ojos sin lágrimas, qué de amargas quejas debían ocultarse en aquel pecho agitado por constantes suspiros! Sentimientos hay que jamás scha atrevido á expresar ningún poeta ni ningún pintor, de estos era el que palpitaba en cada fibra de la hermosa desconocida. Sentí compasión, le hablé: el tono de mi voz atenuó la importunidad de mi pregunta.

—Señora, le dije en tártaro, de seguro está llorando la pérdida de algún pariente.

La turca se estremeció más no ocultó el rostro según costumbre oriental, sin duda porque el dolor que la embargaba le hacia olvidar toda otra preocupación. Mi voz parceió despertarla de un profundo sueño. Sus ojos se posaron en mi, más su respuesta pude percibirla á duras penas.

—Lloro la muerte de un pariente, dijo como si hablase con el corazón y no con los labios. El lo era todo para mí: padre, hermano, amante, compañero. Como padre me infundió un alma; como pariente me colmó de caricias; como amante me amó apasionadamente y yo lo amé...

Estas palabras me llegaron al corazón. Mi interlocutora apoyó la cabeza en las manos que estaban contraídas por nervioso temblor.

—Consuélate hermosa, le repliqué—tu amado está ahora en el paraíso.

El rostro de la joven se puso como el carmin.

—Aún estando en la tierra merecía el amor de las más celestiales huríes; pero conozco su corazón; mis eelos serían vanos. Su alma no ha volado al paraíso de Mahoma; ni al de Alá: era cristiario.

¡Cristiano! exclamé con asombro. ¿Quién era entonces?

—¿Y tú que eres ruso lo preguntas? ¿Eres militar y no conociste á tu compañero de armas? geres hombre de corazón noble y no fuistes su amigo?