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Cuentos y narraciones

nido, vestido de negro y con el rostro oculto por el ancho cuello de pieles, abrió la portezuela, tiró de la escalerilla que servía de estribo y ayudó á la señora á subir al coche. El príncipe trepó detrás de ella con agilidad y destreza militares. En aquel tiempo la jeunesse dorée hacía gala de su arrojo y despreciaba los peligros.

La pesada portezuela se cerró con estrépito y el carruaje echó á andar. Una linterna, sujeta en la pared delantera del coche alumbraba su interior.

Las cortinas de las ventanillas estaban corridas y al querer levantar el principe la de su lado, su acompañanta lo detuvo exclamando con voz entrecortada:

—"¡Ihr Ehrlaucht!¡ Das ist verboten! ¡Se lo prohibo á V! Las cortinas no pueden descorrerse; están elavadas. Si Y. A. no tienc aire bastante para respirar, se abrirá la ventanilla del techo. Así diciendo tiró de un cordón y abrió una pequeñisíma ventana.

—Principe, repuso la señora volviéndose hacia él, comprenderá V. A. que el paso que ha dado viniendo conmigo no pertenece al número de los comunes y corrientes. V. A. no se expone al menor perjuicio, mientras que la persona que le espera corre grandísimos riesgos y tiene derecho á que un caballero respete el misterio de que se rodea.

Así diciendo se reclinó en un rincón y suspiro profundamente.

—¿Pero, quién me garantiza, gnádige Frau, dijo el príncipe en alemán, que todo cuanto hace usted conmigo no es una broma de mal género?

—¡Oh! Ihr Ehrlauch!! replicó con tembloroso acento la señora. El asunto de que se trata es muy serio, por todo extremo serio no hay lugar á bromas; es más, lo aseguro á V. A. que no corre el menor riesgo.

El príncipe míró á su acompañante con escudri-