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en datos y documentos & que se refieren las notas y que no deján lugar a dude.

Bu grande amigo, Giuseppe Garibaldi, aparece también en el volumen. como uno de los primeros actores de aquel Episodia tropano en que nos hace asistir a la heroica resistencia de Montevideo durante diez años de encarnizado sitio de ese e'tio en que el mismo, Mitre, empuñaba las armas destacándose, casi un niño todavía, entre los más valerosos defensores, y tanto que, á despecho de su edad temprana, fué llamado á una reunión de notables, & un senado compuesto de los hombres de mayor madurez y consejo de la cercada plaza, para tomar graves determinuciones...

La figura del guerrero italiano está trazada vigorosamente y con amor. La admiración del joven Mitre, sin cesar de existir, y siendo retribulda por el ahéroe de ambos mundosv, trocóse más tarde en sincera amistad. nunra empañada hasta el último día de la vida; y admiración y amistad respiran esas páginas...

En cuanto al episodlo homérico en torno del cadáver de Nefra, ¡cuánto merece el título que el autor le ha dado, relvindicando con mayor eficacia que Dumas, padre, su inventor, para la indomable Montevideo, el nombre de La nueva Troyas!...

Asoma luego entre estos episodios nacionales, contados con la gravedad y con el respeto de quie!

es tambiéu capaz de heroicidades y sacrificios, una sourisa amena y tranquila, que quienes tuvieron el honor de conocer al general Mitre vislumbraron más de una vez en sus labios en sus ojos cuando narraba algún hecho que provocase su buen humor. Nos referimos á su articulo Pio IX eu el Rio de la Plata, en cuyo estilo campes un humorismo de buelu ley, más de forma que de fondo, pues este último es también rigurosamente exacto. Las aventuras del primer papa que haya estado en el Nuevo Mundo (antes o después de subir al trono pontificio), son curiosas, y más curioso aun el Incidente del prelado que trasa consigo al padre Mastal Ferreti. desconocido en su calidad de delegado de la Santa Sede por el gobierno de Buenos Airesmientras el pueblo le aclamaba pidiéndole de rodillas su bendfelon. El narrador sigue al que años más tarde ocuparía con tanta resonancia la cátedra de