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che la palabra, son las dos formas de que se reviste el pensamiento, y que, si la una es el fruto, la ora ca la flor; que sin flor no puede haber fruto, y que, por lo tanto, enredarse más en esta cuestión sería lo mismo que disputar sobre si tiene más inportancia la base que la cúspide de la pirámide ó cuál fué primero: el huevo ó la gallina. Por lo o, pongo aquí el punto final á mi disertación.

Ho terminado, y sin embargo apenas he desflorado el vasto campo de mi tesis. Podrían eseribirse sobre ella muchos volúmenes, gastaredo tantra plumas de diamante, cuantas yo he gastado de acero en esta carta. Dejo á otros esa agradable tarea. A mí me falta tiempo para ser literato, así como ne ha faltado para ser poeta, si es que hubiese podido serlo.

Hubo un tiempo en que fui poeta por vocación, como usted me ba llamado en sus Viajes; y cuando me acuerdo de esto, me digo á mí mismo, penet.mdo de una profunda melancolía: ¡Y yo también viri en Arcadia!

Las poesías que va á leer fueron eseritas casi todas ellas á la edad de veinte años. Entonces soñaba con la gloria poética, y los laureles de Hometo me quitaban el sueño. Pronto comprendí que ni podía aspirar á vivir en la memoria de más de una generación como poeta, ni nuestra sociedad estaba bastante madura para producir un poetá laureado. Sin embargo, ese poco de poesía qué Dios había depositado en mi alma, lo he derrama do á lo largo del camino de mi vida, consagrándolo unas voces á mi patria, otras á mis amigosotras á las afecciones puras y serenas del hogarporque el que cuenta por seguro que sus versos z llegarán á la posteridad, debe ser generoso.com au pequeño tesoro,