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LLEGO AL FIN DE MI JORNADA

con una mujer gruesa, de color obscuro y rostro avinagrado que bajaba con trabajo la colina; y al hacerle la pregunta consabida, dió media vuelta, me acompañó á la cumbre de que acababa de descender, y me señaló con la mano un gran edificio que se alzaba aislado en el fondo del valle más cercano. El terreno de las inmediaciones tenía un agradable aspecto, sembrado de pequeñas colinas, bien regado y cubierto de árboles; los sembrados me parecían muy buenos, pero la casa tenía una apariencia ruinosa, sin que hubiera un sendero que á ella condujese, ni saliese humo de ninguna de las chimeneas, ni se viesen indicios de jardín alguno. El corazón se me oprimió.

"¡Esa es la casa!" exclamé.

En el rostro de la mujer brilló una cólera maligna.¡Esa es la casa de los Shaws!—dijo.—Se empezó á edificar con sangre; se contuvo su fabricación con sangre; y con sangre ha de desaparecer ¡Mirad !—exclamó de nuevo, —escupo en el suelo y cierro los puños. ¡ Maldita sea!

Si véis al dueño, decidle lo que habéis oído; decidle que esta es la milésima vez que Juana Closton ha invocado la maldición sobre él y sobre su casa, su establo y su redil, y criado, y huésped y dueño, esposa, hija, ó niño: malditos, malditos, malditos sean!

Y la mujer, cuya voz se había convertido en una especie de salmodia horrible, dió media vuelta y desapareció. Permanecí, como aterrado, en el sitio en que me dejó. En aquellos tiempos creía yo en brujas y temblaba al oir una maldición; y ésta, que había sido tan á propósito, me pareció de mal agüero y me impidió proseguir adelante.

Me senté en el suelo y me puse á contemplar la casa.