puede con facilidad tomar una cuerna de pólvora y un par de pistolas sin que llame la atención. Y si procedieres con acierto, no lo olvidaré cuando venga el caso de que necesites de buenos amigos, que será cuando lleguemos á las Carolinas.
Aquí el Sr. Riach le susurró algo al oído.
—Tiene Vd. razón,—dijo el capitán, y luego dirigiéndose á mí agregó.—Y, adeniás, David, ese hombre tiene un cinturón repleto de oro, y te doy mi palabra de que algo te tocará.
Le respondí que haría lo que él deseaba, aunque en verdad, apenas tenía aliento para hablar, y me dió la llave de la alacena de las bebidas. Yo volví á la cámara lo más lentamente que pude. ¿Qué debía hacer? Eran perversos y ladrones; me habían arrancado de mi patria; habían matado al pobre Ransome; y debería yo ayudarlos á cometer un nuevo asesinato? Pero también me amenazaba el peligro de la muerte, porque un muchacho como yo y un hombre solo, aunque fueran tan valientes como leones, que podrían contra la tripulación entera de un buque ?
¿ Estaba discutiendo á solas conmigo este asunto, cuando entré en la cámara y ví al Jacobita comiendo su cena á la luz de la lámpara. En aquel instante tomé mi resolución. Como impulsado por una fuerza extraña me adelanté hacia él y poniéndole una mano en la espalda le dije: —¿Quiere Vd. que lo asesinen?
—Se puso en pie de un salto, y me preguntó con sus miradas qué era lo que quería decir, de una manera tan clara como si hubiese hablado.
—Sí,—exclamé,—todos son asesinos. Es un buque