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guiente: Escribiría a Lescaut, encargándole a él y a nuestros amigos comunes que se ocupasen de libertarme. La primera dificultad era hacer llegar la carta a sus manos; para esto me serviría Tibergo.

Sin embargo, como él sabía que era hermano de mi amante, abrigaba mis temores de que no aceptase el encargo. Mi propósito, pues, era meter mi carta a Lescaut en otra que dirigiría a un señor serio, amigo mío, rogándole que hiciese llegar la primera a su destino; y como era preciso que yo me avistase con Lescaut para ponernos de acuerdo, le advertía que fuera a San Lázaro y pidiese verme, haciéndose pasar por mi hermano mayor, venido expresamente de París para enterarse de mis asuntos, Aplazaba hasta nuestra entrevista el convenir los medios que nos pareciesen más expeditivos y seguros. El padre superior envió recado a Tibergo, indicándole que yo deseaba verle. El fiel amigo no me había perdido de vista hasta el punto de ignorar mi aventura; sabía que estaba en San Lázaro, y quizá no encontró del todo mal esta desgracia, que él suponía capaz de tornarme al buen camino. Acudió presuroso a mi encierro.

Nuestra entrevista fué muy cariñosa. Quiso informarse de la situación de mi espíritu. Yo le abrí mi corazón sin reserva, excepto en lo referente a mi fuga. "A vuestros ojos, amigo mío—hube de decinle, no voy a tratar de aparentar lo que no soy. Si suponíais que ibais a encontraros con un amigo prudente y ordenado en sus deseos, un libertino arrepentido por el castigo del cielo; en