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una palabra, un corazón libre del amor e indiferente a los encantos de Manon, me habríais juzgado demasiado bien. Me encontráis tal y como me dejasteis hace cuatro meses, siempre tierno y siempre desgraciado por esta fatal ternura, que es en lo único en que quiero hallar mi felicidad." Respondióme que aquella confesión me hacía imperdonable; que conocía muchos pecadores embriagados con la falsa dicha del vicio, hasta el punto de preferirla a la verdadera de la virtud; pero que, a lo menos, los tales se aferraban a imágenes de felicidad y eran víctimas de la apariencia. Ahora, reconociendo, como yo reconocía, que el objeto de mi afecto sólo era parte a hacerme culpable y desgraciado, seguir precipitándome voluntariamente en el infortunio y el crimen era una contradicción de ideas y de conducta que no honraba a mi razón.

. "Tibergo —repuse— ¡qué fácil es la victoria cuando nada se opone a nuestras armas! Dejadme argumentar a mi vez. Podéis suponer que eso que llamáis la felicidad de la virtud esté libre de trabajos, de sinsabores y de inquietudes? ¿Qué nombre dais a la prisión, a las cruces, a los suplicios y a las torturas de los tiranos? ¿Diréis, como los místicos, que lo que atormenta el cuerpo constituye la felicidad del alma? No os atreveríais a decirlo; es una paradoja insostenible. Esa dicha, que tanto ensalzáis, está, pues, mezclada con mil dolores, o, para decirlo mejor, sólo es un tejido de dolores, a través del cual se aspira a la felicidad.

Siyathy