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i 97 cia. "He hablado—me dijo—al jefe de Policía; pero he llegado tarde. El señor G de M ha ido a verle al salir de aquí, y le ha prevenido en tal forma contra vos, que estaba dispuesto a enviarme nuevas órdenes para que os vigilara más.

Sin embargo, al informarle de la verdad del asunto, se ha dulcificado un poco, y, riéndose de la incontinencia del viejo G de M, me ha dicho que era menester teneros aquí seis meses para satisfacerle, tanto más—ha añadido que la estancia no os será inútil. Me ha recomendado que os tratemos con consideración, y os respondo de que no os quejaréis de nuestro comportamiento." La explicación del buen superior fué lo bastante larga para darme tiempo a reflexionar. Comprendí que me exponía a echarlo a rodar todo si demostraba un afán desmedido por mi libertad. Le atestigüé, por el contrario, que, en la necesidad de estar allí, me serviría de consuelo el merecer su estima. Luego le supliqué sencillamente la concesión de un favor que a nadie importaba y que me tranquilizaría mucho: consistía en avisar a un amigo mío— un santo sacerdote que vivía en San Sulpicio de que yo estaba en San Lázaro, y permitir que me visitase alguna vez. Me otorgó su consentimiento en seguida.

Se trataba de mi amigo Tibergo, de quien yo no esperaba, naturalmente, que me procurase los me dios para evadirme, pero a quien quería utilizarle como instrumento indirecto, sin que él mismo lo advirtiese. En una palabra, mi proyecto era el siThat MANON 7