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do que le habían matado aproximadamente a aquella hora; no se negó a explicar lo que sabía de la causa y circunstancias de aquella muerte. Unas dos horas antes, un guardia de Corps, amigo de Lescaut, fué a verle y le propuso jugar. Lescaut se dió tanta prisa a ganar, que en menos de una hora el otro perdió cien escudos; es decir, todo su dinero. El desgraciado, que se quedó sin un cuarto, suplicó a Lescaut que le prestase la mitad de la suma que había perdido, y, por dificultades surgidas con tal motivo, riñeron de mala manera.

Lescaut se había negado a salir para empuñar la espada, y el otro juró al marcharse que le rompería la cabeza, cosa que hizo aquella misma noche.

El señor T tuvo la amabilidad de añadir que había estado muy inquieto por nosotros y que me ofrecía de nuevo sus servicios. No vacilé en indicarle el sitio de nuestro retiro. El me rogó que le llevase a cenar con nosotros.

Como no tenía otra cosa que hacer más que comprar ropa para Manon, le dije que podíamos salir en seguida, si no tenía inconveniente en detenerse conmigo en unas cuantas tiendas. Yo no sé si supuso que yo le proponía aquello con miras de excitar su generosidad, o si fué simplemente por impulso de un alma buena; pero aceptó mi idea y me llevó a casa de los comerciantes donde se surtía su familia; me obligó a elegir telas de un precio mucho más elevado de lo que yo pensaba, y cuando me disponía a pagar, prohibió terminantemente a los comerciantes que me cobrasen un cénMANON 9 balty